Mi caballo

Mi caballo de antes y mi caballo de ahora

Mucho tiempo ha pasado entre el primer contacto que tuve en mi vida con el caballo y mis experiencias de ahora. Muchos años, a través de los cuales se ha abierto ante mí un camino de crecimiento y desarrollo en todos los ámbitos de mi vida. Estos me han dejado una profunda huella tanto en el aspecto personal como en el profesional. Ha sido, sencillamente, el camino de la juventud a la madurez. El tránsito de tener una visión de la vida a otra distinta. Suponiendo para mí un cambio total en mi forma de concebir mi mundo.

A veces, cuando estoy en pista este pensamiento pasa ante mis ojos como un flash repentino. Pero es sobre todo después, en los periodos de reflexión tras finalizar  los talleres y después de algunas dinámicas especialmente transformadoras, que me asalta una pregunta. Y esa pregunta no es otra que, si fue el cambio de mi percepción del mundo, de mi vida, de lo que siento y cómo lo siento, el que hizo cambiar mi forma de ver al caballo. O si tal vez ha sido el cambio en mi forma de ver al caballo, lo que ha variado mi visión y mi percepción del mundo.

A menudo me hago esa pregunta, y aún no tengo muy clara su respuesta.

Mi caballo de antes…

Recuerdo el primer caballo que monté en mi infancia. Era castaño y tranquilo, y se llamaba Dartacán, como el protagonista de aquella serie de dibujos
animados, la de los «Mosqueperros». Pero sobre todo, de quién guardo un grato y sereno recuerdo es del primer caballo que tuve. El primer caballo que fue mío. Ahora, desde el trabajo que realizo con los caballos, desde mi posicionamiento y mis planteamientos de ahora respecto a ellos, que cambiaron mi visión del mundo (y viceversa), me pregunto si de verdad se puede poseer a otro ser, y decir con propiedad que es tuyo. Aquel caballo fuerte, libre, independiente y juguetón nunca fue mío. En verdad, lo que tuve con él fue una relación estrecha a veces, distante otras, que nunca terminé de comprender, y en la que, en lo emocional, sin duda me sostenía y me daba paz.

Aquel fue el caballo de mi juventud, de cuando yo me empezaba a asomar a la vida de verdad, cuando quería bebérmela de una sola vez, aún a riesgo de que se me atragantara.

Mi caballo de ahora…

Cuando guío o facilito un taller, y acompaño a los participantes en su descubrimiento personal, observo la reacción de los caballos. Cómo éstos reflejan y ofrecen una imagen del estado emocional, de la coherencia vital de cada uno de los asistentes. En ese momento siempre me viene el recuerdo de cómo era yo en aquellos años de mi juventud. Y también de cómo era el reflejo de mí que me devolvía mi caballo.

Ahora aprendí a mirar con detalle los movimientos del caballo, su corporalidad, y a entender su significado frente a nosotros, ver cómo reflejan nuestro interior. Cuando viajo al pasado, a través de mi memoria, y vuelvo a ver cómo se comportaba aquel caballo frente a mi, me asalta una sensación contradictoria. Ésta poco a poco se va transformando en un sentimiento de tristeza, agrio, de una tonalidad oscura. Algo (o mucho) en mí estaba bloqueado, atascado, confuso, perdido. Y aquel caballo mío que no lo fue, como un espejo, como un maestro al que nunca supe comprender, me lo mostró en cada ocasión que me acerqué a él.

A veces pienso, y cada vez estoy más seguro de ello, que aquel magnífico animal, entre las muchas cosas que me dejó, su legado, se incluían un compromiso, y una deuda, para conmigo mismo y también para con él. Si ahora vuelvo a los caballos, a estar entre ellos, a relacionarme con ellos, probablemente sea para cerrar un círculo que se inició hace muchos años. Entonces no supe aprender de él, ahora lo hago de ellos cada día. Antes no fui capaz de comprenderlos, ahora los entiendo más cada vez que estoy entre ellos. Si aquella vez no estuve preparado, desde entonces he recorrido un camino abundante en mejoras. También, como no podía ser de otro modo, me he caído y me he vuelto a levantar muchas veces.

¿Para qué el coaching con caballos?

Me sorprendió esta pregunta la primera vez que me la hice. ¿Para qué vuelven a mi vida? Y no es sino ahora que puedo empezar a darle respuesta. Han vuelto para sostenerme de nuevo. De otra manera quizás, pero para eso sin duda. Sobre todo han vuelto para que yo recuerde quién que fui y en lo que me he convertido. Para dar testimonio y para que a través de las capacidades y competencias que desarrollé, acompañe a otras personas por el camino que cada uno elige, cuando lo elige, recorrer. Es el camino que nos lleva a un nivel superior de autoconocimiento, de conciencia y de felicidad.

Este es el compromiso que ahora retomo, hacia mí y hacia los demás. Seguir creciendo y acompañando a los demás. Ahora, por este camino, escoltado por el sonoro y rítmico pisar de cascos de caballo.

¿La deuda a la que me refería? Es una deuda de gratitud, que aún está por saldar. Tanto como recibí, es tanto como he de dar.

A aquel primer caballo que, de una manera u otra, sigue presente y vivo en cada uno de los demás.

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