Coaching con caballos: Una breve historia de la ciencia a lo mágico

“El milagro no tiene día siguiente»

ANTONIO GALA.

 

“Las señales descansan olvidadas a nuestro alrededor»

RUPERT SHELDRAKE.

 

Le preguntaban a Jodorowsky en una entrevista cómo podíamos saber, cuando lo teníamos delante, que el Amor era el Amor, cómo podíamos reconocerlo. Magistralmente, el chileno contestaba: “Esa pregunta hacela a un Santo: ¿Cómo usted reconoce que lo que está viendo no es esquizofrenia, es milagro?”

Desde hace ya más de dos años realizo talleres y sesiones individuales de coaching con caballos. En ellas han ocurrido muchas cosas, situaciones verdaderamente sorprendentes que he presenciado y compartido con participantes y clientes. Situaciones que, aún explicadas, serían difíciles de comprender (como los milagros). Y siempre, esas sorpresas, esas respuestas o acciones inexplicables han venido de la mano del comportamiento de los caballos en la pista y de su interacción con las personas.

Una de esas reacciones, sorprendente, inesperada, mágica, ocurrida en una de las últimas sesiones individuales que realicé (aparecen en todas y cada una de ellas, aunque algunas ocasiones son más impactantes que otras) es la que ha dado pie a este artículo. Es mi deseo poder dar una explicación a lo ocurrido, lo cual, estoy convencido, se encuentra muy lejos de la coincidencia o la casualidad. Para hallar esta explicación o respuesta he buscado documentarme, leer, investigar… comprender. Parte de los resultados de esa búsqueda están contenidos en este escrito.

En un momento de aquella sesión, la participante, siguiendo una dinámica, dibujó con una cuerda sobre la pista un espacio que representaba su situación futura, aquello que deseaba tener para si. En este espacio colocó varios objetos que, a partir de metáforas, simbolizaban aquello que le esperaba, que iba a conseguir, en ese futuro que estaba definiendo. Entre otros objetos, colocó tres pequeños conos amarillos situados fuera del espacio que previamente había definido con la cuerda. Cuando le pregunté, me dijo que los conos simbolizaban “los obstáculos” que tenía que superar para conseguir su objetivo, para alcanzar esa situación deseada.

A continuación, le pedí que eligiese uno de los dos caballos que había en pista y lo “nombrara”, depositara en él un atributo, un valor, algo que ella creyese le iba a ayudar a llegar a esa realidad, a esa situación deseada que ahora, dibujada sobre la arena, se perfilaba a sus pies. Eligió entonces uno de los caballos y lo nombró como “la comprensión” porque, según explicó, comprendiendo las cosas primero, luego podría aceptarlas y dejar de sentir así el malestar que ahora tenía.

En el coaching con caballos, cuando nombramos a un caballo con un valor, cuando depositamos sobre él un atributo o significado, éste a menudo comienza a moverse, a tener un comportamientos y a interactuar con las personas de una forma distinta, completamente diferente a como lo hacía antes de que hubiésemos señalado en él esa propiedad.

En aquella sesión, “La comprensión” disfrazada bajo la forma de aquel caballo castaño se dirigió, con paso lento y seguro, hacia los tres conos amarillos, colocados con varios metros de separación unos de otros y los fue pisoteando y machacando uno tras otro: Primero uno, luego el siguiente más cercano, y finalmente el tercero, mostrándonos una escena que duró aproximadamente un minuto, y en la que vimos de manera gráfica cómo “la comprensión” podía derribar y empequeñecer (pisotear) todos los obstáculos futuros que se le presentasen al cliente. Recuerdo que nada más terminado aquello, cuando “comprensión” abandonó el tercer cono, dejándolo maltrecho, el cliente me miró lleno de asombro y me preguntó: “¿Quién dirige estos caballos?”

 

 

Y es esa pregunta, directa, inocente, clara, hecha desde el asombro,… la que trato de responder desde que comencé a trabajar con los caballos, pero con más insistencia y mayor deseo de encontrar una respuesta desde aquel día.

En esta búsqueda me crucé con la teoría de “La mente extendida” del biólogo británico Rupert Sheldrake. Esta teoría afirma que nuestro cerebro es el sustento físico de nuestra mente, pero que ésta, la mente, no se encuentra confinada dentro del mismo. La mente, en su composición, va más allá de nuestro cerebro, situándose o abarcando otras partes de nuestro cuerpo como el sistema nervioso central y el sistema nervioso periférico. Pero aún va más allá. Sostiene Sheldrake que podemos desplazar nuestra mente, “extenderla” hacia objetos que se encuentran fuera de ella. Así, la etimología de la palabra “atención” proviene del latín “ad + tendere”, que significa “extender la mente hacia”.

A partir de esta mente extendida, que según el autor nos dota de un “sexto sentido”, podemos extender nuestros pensamientos, nuestra mente, y llegar a “tocar”, incluso a afectar con ella a elementos, objetos e incluso personas del mundo que nos rodea. Es a través de ella que podemos unirnos a esas personas u objetos creando “campos de percepción” que nos ponen en contacto con aquello que observamos y sobre lo que depositamos nuestra atención.

Estos campos son la base de la telepatía, la pre-cognición y la sensación de sentirse observados. Un ejemplo claro de su existencia lo encontramos en las bandadas de pájaros y en los bancos de peces. Ambos, al desplazarse, realizan movimientos de cambios de sentido y de dirección de una rapidez y efectividad tal (los individuos nunca llegan a chocar o estorbarse entre ellos) que según los estudios realizados es imposible que se deban a la ejecución de órdenes cerebrales basadas en base al análisis y procesamiento de la información percibida por los sentidos. Son las llamadas “olas de maniobra”. Realizar esta maniobra basándose en la observación de si el individuo a derecha o la izquierda ha comenzado a girar y actuar en consecuencia es un proceso muy lento comparado con los cambios vertiginosos que de dan en el grupo. Se cree en cambio que estos movimientos están dirigidas por un “campo mental”  llamado “campo de comportamiento”, común a todos los individuos del grupo y del que obtienen información de los movimientos que va a realizarse.

 

 

Estos campos mentales existen en todas las especies, pero según Sheldrake se dan con mucha más intensidad y están mucho más acentuados en perros, gatos, caballos y algunas especies de pájaros. Estos animales tienen poderes telepáticos, afirma el autor, y conectan con estos campos de manera mucho más intensa y efectiva que los humanos.

Se ha observado que los caballos que están unidos viviendo en manadas en libertad pueden comunicarse telepáticamente y que este tipo de comunicación es vital para su supervivencia, pues es una manera efectiva de comunicar una situación de alarma a individuos que están fuera del alcance de la vista y el oído.

Tenemos así un animal como es el caballo ampliamente conectado a estos campos mentales y cuyas capacidades sobre telepatía y precognición son infinitamente superiores a las nuestras. (Superiores a las nuestras y similares a las que poseen otras especies). Por otro lado, las sesiones de coaching con caballos son altamente emocionales: El movimiento y los resultados obtenidos, que se procesan en tiempo real, el marcado componente experiencial, la gran “presencia” física de los caballos en la pista y sobre todo la profunda conexión del cliente con su parte más íntima y personal, con su verdadero yo, hacen que las emociones inunden la pista, marcándolo e impregnándolo todo.

 

 

A partir de estas dos premisas fundamentales: Una, que las emociones son una fuente de energía que a su vez contienen una amplia cantidad de información. Y dos, la facilidad o aptitud del caballo para entrar y moverse con soltura dentro de los diferentes campos mentales. ¿Podríamos establecer la hipótesis de que tanto al definir y marcar objetos con un significado a través de las metáforas (Conos amarillos que significan “obstáculos”) como al nombrar o dotar al caballo con una significación o valor (caballo “comprensión”) estamos cargando de información (información-energía) tanto a unos como al otro? ¿Podríamos estar dejando una huella (emocional) con una información completa que sería fácilmente “leída”, fácilmente seguida por el caballo?

Con la extensión de nuestra mente proyectamos nuestro conocimiento (también el auto-conocimiento, deseos, anhelos,…) en objetos y animales, en toda la realidad que nos rodea, llegando a “tocar” todo ese mundo.

Utilizamos las palabras para transmitir pensamientos y el resultado es óptimo cuando esos pensamientos son esencialmente verbales. Pero cuando tratamos de transmitir una imagen las palabras se vuelven a menudo inadecuadas. Quizás la telepatía sea una forma más adecuada que las palabras de transmitir imágenes.

Quedan muchas preguntas por contestar y muchas incógnitas sobre las que arrojar luz. ¿Qué más información hay en esos campos además de la que nosotros podamos aportar en un momento determinado? ¿Realmente hablamos de un sólo campo mental o existen varios entrelazados? ¿En esos campos se encuentra recogida información sobre la naturaleza, el orden natural,  los tiempos y el devenir de los acontecimientos,… lo que podemos llamar «la vida» en su más amplio concepto? ¿Qué grado y nivel de sabiduría podríamos otorgarle a un ser, independientemente de su especie, capaz de conectar, de acceder, de «navegar» con fluidez por esos campos?

Sin duda estamos frente a un conocimiento incipiente, un nuevo mundo que se abren frente a nuestros ojos: El de las posibilidades no descubiertas de nuestro cerebro y nuestra mente. Esto supone una encrucijada que nos abre las puertas a seguir avanzando, continuar por el camino que nos lleve a descubrimientos de tal índole que transformen y den un vuelco a nuestra forma de relacionarnos con el mundo tal y como la hemos conocido hasta ahora. Y una vez más, este descubrimiento de un nuevo mundo, de una nueva realidad, podemos alcanzarlo teniendo al caballo y a los animales como referencia.

La conexión entre la persona y el caballo

“Para entender al caballo debemos entender la conciencia de las presas. Esa es la mejor manera de comprender cómo piensan. Entender la conciencia de las presas nos enseña también otras cosas, como la empatía y la paciencia.”

                                                                        CHRIS IRWIN

 

En el trabajo con caballos, tanto a nivel de crecimiento y desarrollo personal como formativo en las distintas ramas de la hípica o la doma, la conexión que se establece entre hombre y animal es rápida y muy potente. Nuestro sistema emocional, el sistema límbico, es un sistema abierto. Este se adapta e inractúa con el medio, dependiendo de él. Todo lo que nos rodea nos influye y nos cala a través de nuestras emociones.

En el caballo ocurre igual, pero con la gran diferencia del efecto multiplicador de su potentísimo e hiperdesarrollado sistema emocional y perceptivo que éste posee. Muy superior al nuestro y que, por su magnitud, nos hace de amplificador.

No altera esta conexión, por nuestra parte, el hecho de que nosotros, los seres humanos, seamos cazadores por naturaleza, mientras el caballo es un animal de presa. El humano cazador siempre tiene un objetivo. Y busca lograrlo por pura programación genética. Si no caza a su “presa” (alcanza su objetivo), pone en riesgo su subsistencia. Así, siempre tenemos un objetivo cuando nos acercamos al caballo. Éste puede ser sentir, sanar, aprender, domarlo, montarlo, etc.

En esta conexión de la que hablamos si es muy determinante, y afecta de manera importante en ella, la gran capacidad de percepción del entorno que tiene el caballo y que ha adquirido por su evolución. Ésta se centra y abarca todo lo que le rodea, toda “la pradera”. Pues para subsistir y evitar ser cazado el caballo ha multiplicado y potenciado sus sistemas de alerta.

Sin duda ésta es una de las claves del efecto que sobre nosotros tiene la presencia y cercanía del caballo: La amplitud de su sistema emocional y perceptivo. Otra es la sorpresa que nos supone el hecho de que nos acerquemos a él con un objetivo concreto y a cambio obtengamos un regalo de tanta amplitud. Buscamos simplemente saciar o cumplir un objetivo y éste, en cambio, nos va a hecer la devolución de mostrarnos “toda la pradera”.

Como decimos, el efecto que produce en nosotros es emocional, y por tanto físico y real. Lo sentimos, podemos percibirlo, transmitirlo y compartirlo con los demás. Pertenece al plano de “lo que existe”, de la realidad, muy alejado del plano teórico de las palabras. Frente a lo mental, triunfa lo físico. Frente a lo teórico, prevalece lo práctico y las experiencias.

Este es el efecto que lo hace tan determinante en el coaching y en el trabajo de crecimiento y desarrollo personal. Que es real. Lo que hemos sentido queda grabado en nuestra memoria emocional, en nuestras emociones y sentimientos, en nuestro cuerpo a través de la experiencia vivida. Y es ésta una base mucho más sólida para acometer un trabajo de cambio, de mejora, de reforzamiento y superación posterior, que el simple plano teórico del pensamiento.

Nuestra manera de acercarnos al caballo

Pero para ello, para que esta efectividad se produzca, debemos permitirnos el acercarnos al caballo de una manera abierta. Dando prioridad a nuestras emociones y nuestro componente físico, corporal, deshabitando parcialmente y de manera temporal nuestra intelectualidad o la hegemonía mental que a menudo hemos erigido como guía de nuestra vida. Al caballo debemos acercarnos como el animal que es, y desde el animal que somos. Lejos de juicios, creencias y etiquetas. De manera directa y sin intermediarios.

Sólo así conseguiremos conectar con nosotros mismos a través del reflejo de nuestro interior que nos devuelve el caballo. Solo tendremos éxito si no pretendemos razonar o intelectualizar nuestra experiencia, al menos mientras ésta está ocurriendo.

Es solo sentir, reconocer y abrazar o aceptar lo que sentimos.