Una nueva forma de ver al caballo, una nueva mirada
“Por primera vez en la historia humana no necesitamos la fuerza física equina. Lo que si necesitamos, tal vez más que nunca, es el potencial espiritual del caballo. Lo necesitamos para resolver conflictos dentro de nosotros y entre nosotros, y para reconciliarnos con nuestro maltrecho planeta. Entre los grandes dones que los caballos ya nos han regalado, éste puede ser el más grande de todos.”
CHRIS IRWIN
Los caballos han acompañado al hombre en los momentos claves de su historia. Ésta, la historia humana, ha sido una historia común, compartida. Ningún otro animal ha jugado un papel tan decisivo en las exploraciones, los descubrimientos y las conquistas que han marcado el desarrollo de la humanidad. Ninguno ha aportado tanto valor para el hombre como el caballo.
Este largo camino ha estado marcado por la evolución y la adaptación, así como por la desaparición de lo que no ha conseguido adaptarse. Inmersos en pleno siglo XXI, somos herederos de todos estos cambios. Vivimos en un mundo donde todo ocurre a una enorme velocidad, todo está en constante revisión. Todo parece ser efímero, pronto a ser sustituido por algo mejor, más eficiente o con mejores prestaciones.
Este permanente estado de provisionalidad, de transitoriedad, nos lleva a menudo a preguntarnos por la raíz, por la esencia de todo aquello que somos y que nos rodea. Frente a la volatilidad, buscamos lo inmanente. Frente a lo racional, surgen las emociones. Ante la pérdida o angustia vital, optamos por el camino de la espiritualidad.
Y es en este entorno de cambio, de transformación continua, en el que podemos optar por replantearnos nuestra forma de mirar al caballo. En la actualidad, su figura parece estar indisolublemente unida al ocio y al deporte. Son en estos dos campos donde se ha asentado, o hemos colocado, a nuestro fiel e histórico compañero de viaje. Se ha definido su espacio, tras el fin de la necesidad y la dependencia de su fuerza para el trabajo. Pero no hemos redefinido, junto con su nuevo lugar, esa mirada con la que contemplamos al caballo, tras el fin de esta etapa.
Como reyes de la creación, el ser humano vive en su antropocentrismo, en su afán de poner a todas las cosas y a todos los seres cualidades, sentimientos y comportamientos humanos. En mis talleres de inteligencia emocional y coaching con caballos es frecuente oír entre los participantes expresiones como “el caballo no me quiere”, “no le gusto al caballo, me mira mal” o “ este caballo está triste”. Todas ellas expresiones humanas que no afectan, son ajenas a un animal que no vive ni se comporta bajo parámetros humanos.
Quizás sea este uno de los cambios que nos queda por realizar. Colocamos al caballo – y a todo lo demás – bajo nuestra órbita humana. No se nos ha ocurrido adentrarnos plenamente en el espacio del caballo. Intentar ver el mundo con sus ojos, y disfrutar así de los beneficios que esto podría reportarnos. Si decidiésemos hacerlo, nos encontraríamos, entre otros parabienes, con el tiempo caballo que Lula Baena define en su libro “Hablando con caballos” (Ed. Libros.com) como “…el tiempo necesario para que algo surja, confluya y arranque en la consciencia, para desde ahí conquistarlo, comprenderlo e interiorizarlo”. Es un tiempo que “..no opera con manillas, ni con números, ni con luces o su ausencia, ni con ritmos; no puede ser buscado, sólo encontrado…”
Encontraríamos también una lección única, de enorme valor, en la concepción holística de la visión del mundo como “presa”. Nosotros, como cazadores que somos, nos enfocamos en nuestro objetivo, en la presa, con todos nuestros instintos y capacidades. Esto está en nuestro genes, y ha marcado nuestra evolución. El caballo, en cambio, al ser animal de presa, se marca como objetivo observar todo su alrededor, toda “la pradera”. Pues así está igualmente programado por su ADN. Esta amplitud de visión es fundamental para tratar de resolver algunos de los grandes problemas que acucian al ser humano actual.
Si decidiésemos andar este camino, hacia el sentir del caballo y su manera de ver y relacionarse con el mundo, descubriríamos, como en un camino paralelo, cómo profundizamos a la vez en nuestro sentir, en nuestras emociones y nuestra forma de ver el mundo. Sería una relación de alumno maestro donde, como humanos, hemos cedido el protagonismo y nos hemos convertido en aprendices. Desde esta humildad aprenderíamos primero de nosotros mismos, a partir del reflejo que el caballo nos ofrece de nuestro estado interior, así como de nuestras limitaciones, creencias o nuestras fortalezas.
Quizás aún tenemos pendientes grandes exploraciones y descubrimientos como humanidad y nuestro fiel compañero está presto a acompañarnos una vez más, hasta más allá del horizonte. Tal vez esté de nuevo volvamos a emular las gestas de siglos pasados. Pero esta vez cambiando la dirección de ese viaje. Ahora el viaje ha de ser hacia el interior, en lugar de hacia el exterior. Hacia la exploración de uno mismo, el descubrimiento de la persona que somos, el sentido que damos a nuestra vida y la conquista de la paz, la armonía y la felicidad como seres humanos. En este viaje, como antaño, seguro podemos contar de nuevo con el caballo para acompañarnos y sostenernos.
Poner en práctica el «tiempo caballo» en nuestro día a día
Para iniciarlo, debemos también dejar de lado la cosificación con la que acostumbramos a etiquetar las cosas, incluido al caballo. Necesitamos esa falsa seguridad que nos da el creer que todo está bajo nuestro control.
Para el viaje que como grupo, como especie, estamos a punto de iniciar – o quizás ya ha comenzado – necesitamos ir ligeros de equipaje, solos con nuestros valores y cualidades. En él encontraremos dificultades, nos sentiremos perdidos, extraviados, cansados y probablemente derrotados. Durante todo el itinerario podremos contar con el caballo, con un caballo nuevo, renovado. Como nuevos son los ojos con los que debemos mirarlo, como está a nuestro alcance contemplarlo. E iremos a su lado, no sobre él. Iremos delante, pero a menudo también detrás. Iremos allí donde, una vez lo hayamos comprendido, nos lleve nuestro corazón. Reflejado, una vez más, en los ojos y en la mirada de un caballo.
“Cuando bordeamos el abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto del caballo.”
(Armando Palacio Valdés)
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